Hoy
no tengo un poema,
no tengo ni ilusión,
has convertido
en maldición
reencarnarse en golondrina de Bécquer
y anidar en el balcón
donde cuelgas tus vergüenzas.
¿Cómo osas representarme?
A mí, que considero esa patria
como un imperativo legal,
y tú lo ves
como un defecto.

No pienso arroparme
con ese trapo
desleal a la ética y la memoria.
No pienso más que en existir
y postergar mi muerte
año tras año,
aunque solo sea
con la vaga ilusión
de poder presenciar cómo esos, tus colores,
se pudren en el olvido.

Dime dónde ondeaba tu tela
a cada vecina sin casa,
con cada estudiante sin beca
y en cada cadáver frío
en una cama de hospital sin mantas.

Dónde quedará tu especie
cuando ese terrorismo
espeluznantemente
mutado a cotidianidad
haya matado a todas las mujeres,
a qué inmigrantes
explotarás y maltratarás,
ya teñido de vergüenza
el Mediterráneo.

Dime
qué mar
cubrirá tu sangre,
cuando seas tú
quien tenga que huir.

Llora como patriota
lo que no supiste
defender
como ser humano
y con ello
defiéndete tapando las vergüenzas
de tu falta de memoria,
deja que tu rojigualda ondee
como ondeaba
mientras apretaban el gatillo
hacia la nuca de las trece rosas.

Ojalá estas palabras
te hieran tanto
como las balas que defiendes,
porque aquí,
desde mis sílabas,
lo celebraré
brindando a la gloria
de la eterna Lyudmila Pavlichenko,
mientras enaltezco
cada pesadilla
que te quite el sueño.

Porque hoy no tengo un poema,
ni siquiera hoy yo
soy yo,
hoy, como ayer,
soy mi rabia,
y antifascista
lo seré siempre.