He descarrilado
en la única vía
que utilizaba como escape,
he desgastado a la sinrazón
a base de preguntas sin respuesta
y me ha dejado tirado,
en medio de la calle
a no sé cuántos bajo cero,
envidiando incluso a mis propias manos,
que encuentran cobijo en mis bolsillos.

He perdido la cuenta de las veces que he muerto
y las veces que he nacido,
viviéndolo todo de nuevo,
y una vez más,
sin saber por qué error comenzar.

He cruzado a nado auténticas tormentas
para llegar al refugio
de una circunstancialidad seca y vacía
como estado neutral que me hace mirar la vida
sin sentir sentido alguno,
válganme las redundancias,
porque quise
ver muerta a la muerte
y triste a la tristeza,
y lejos, de saber qué es de mi vida
cuando no la pienso,
pasé de refugiarme a naufragar,
y en medio de una soledad mal parida,
le puse nombres a mis dolores
y rimas
a las espinas
que, digo yo,
debían complementar a mi corona;
mi cruz no es la más grande,
y a ojos de cualquiera,
puede ser incluso minúscula,
pero son mis sangrantes brazos los que la han de sujetar,
y así cada cual llevará la suya.
Aprendí a dignificar
lo que cada problema
significa
para quien lo sufre,
nadie tiene derecho
a tasar el peso
de una cruz
que no es la suya.

Y quien lo haga, al menos,
que la dignifique,
y nos libre de ella.