A la orilla del sol
la luna peina el mar
y yo cuento
las nubes del cielo,
tal vez en el cielo
no me dejen entrar,
debe ser por eso,
que encontré
el paraíso
perdido en el mar.

Los problemas vienen solos,
lo difícil, la omisión,
entre tanto, tan solo
grindo la solución.
Aún sin nadadores,
la madrugada y pico,
peces, a sus despertares,
el pellizco,
a la altura del filtro.

Y miraba el mar,
que es eterno.

Arranqué su foto
para el cartón
del dopaje
que hice de su ausencia.
Mientras
el Clipper
y el sol
combaten su piedra,
mi organismo,
al son,
recibe a su niebla.

Las cenizas
se camuflan con las olas.
Queda la brisa,
humo en la caracola,
en lo que juego
a añadirle
más nubes al cielo.

Y miraba al mar,
que es eterno.

El sol me dibuja
una sombra
que no es la mía,
según augura
tambaleo,
sin agonía.
Esa sombra
me arrastra por la orilla
en pernocta,
malviviendo,
pero con vida.

Entre tantas sombras
es la mía la que espero,
aún sin miedo,
me entretengo
contando las nubes del cielo.